DE BERGGASSE 19 AL CENTRAL PARK WEST: LA AMERICANIZACION DEL PSICOANALISIS, 1919-1940

Nathan G. Hale, Jr
 

Decir que Sigmund Freud ha sido una influencia importante en la cultura occidental de este siglo es un lugar común de la historia social e intelectual moderna. Sin embargo, el impacto de Freud ha sido muy diverso. En los países escandinavos, concebidos desde América como el hogar de la ilustración sexual y la democracia, su influencia ha sido escasa. En Inglaterra el psicoanálisis ocupa un lugar modesto dentro de la medicina y desde la segunda guerra mundial ha debido competir con corrientes conductistas bien establecidas. En Francia, en parte apareado con el estructuralismo, el psicoanálisis ha sido objeto de una moda destacada desde los años cincuenta. En los EEUU la imagen ubicua del psicoanálisis está por todas partes: en las universidades, la novela, las revistas masivas, las columnas de la prensa y las guías para padres. En el curso de los sesenta años que lleva en el escenario cultural americano, Freud se ha desplazado desde la posición audaz de un perturbador al papel de inteligencia del establisment liberal y ahora, para algunos, al de enemigo contrarrevolucionario. Los psiquiatras, que fueron los primeros en acoger al psicoanálisis, se han alejado de él en el mismo momento en que se le proporciona una comienzo renovado en la psicohistoria, la psicosociología y la crítica literaria[1].
          La clave del impacto freudiano reside en que se dirige, en una única apelación, a médicos y legos, a hombres de la ciencia y de las humanidades. Los defensores más prominentes de la psicología freudiana han sido, a veces, escritores e intelectuales y, otras, médicos. Allí donde ambos grupos han tenido una actitud favorable la influencia de Freud ha sido mayor. Pero en esta apelación dual, la medicina, como representante de la ciencia, jugó el papel decisivo y el estatus del psicoanálisis como ciencia ha dependido casi enteramente de su aceptación por la medicina clínica[2].
          Este trabajo postula que el psicoanálisis fue más facilmente aceptado por los médicos en los EEUU que en Europa debido al estado de fluidez de las instituciones médicas americanas y a otros factores culturales intervinientes en el momento en que el psicoanálisis fue introducido. En los años formativos de la década del veinte el psicoanálisis europeo había consolidado una orientación humanista y de servicio social. Precisamente este carácter quedó suprimido con la transformación del psicoanálisis en una especialidad médica de elite. Al volverse parte de la medicina establecida, el psicoanálisis americano formó instituciones más rígidas y estrechas y creo una teoría apropiada, la cual acentuaba el papel de la adaptacion y reducía la insistencia freudiana sobre la agresividad y la sexualidad. Ironicamente, este desarrollo volvió al psicoanálisis particularmente vulnerable a los cambios en los intereses médicos y en los estilos culturales.
          ¿Qué es lo que subyace a la importancia del papel social de la medicina en la sociedad moderna?. El prestigio médico no reposa sólo en las necesidades de la comunidad ni en las poderosas organizaciones profesionales o en sus logros objetivos; también lo hace sobre un elemento afectivo que puede ser incluído en lo que Edward Shil denominó «carisma secular», es decir, el poder de quienes ponen orden en las preocupaciones centrales de una sociedad. En el siglo XX, el científico, y el médico en su quehacer cotidiano, han heredado algo de los poderes que antes estuvieron asociados con la religión. Como emergente del tratamiento médico de los trastornos nerviosos y mentales, es decir de lo que hoy se llama psiquiatría, el psicoanálisis se orientó a poner en orden y a exponer sus puntos de vista en asuntos primordiales: el sexo, la familia, la infancia, la agresión, los sueños. Los psicoanalistas han insistido en presentarse como científicos que buscan establecer empiricamente una psicología general. En los momentos de máxima inmodestia se han percibido a si mismos como poseedores de nuevas claves para la comprensión del hombre y de la historia. Por otra parte, también los simpatizantes legos atribuyeron al psicoanalista ese doble rol de científico y de guía carismático.
          En los primeros años del psicoanálisis, la medicina europea, especialmente en Europa continental, estaba ya solidamente organizada, dividida en especialidades profesionales establecidas y con patrones de investigación asentados; estaba firmemente ligada a las universidades y controlada crecientemente por el estado, y, por todas estas razones permanecía menos abierta a las ideas nuevas y marginales. En los primeros años de su influencia en EEUU, desde 1910 a 1940, en cambio, la medicina americana estaba entrando en la fase de su organización moderna. Los centros de investigación psiquiátrica eran nuevos; las escuelas de medicina y las normas de habilitación profesional comenzaban a ser rigurosas[3].
          El psicoanálisis emerge en Europa como una psicología médica a partir de la práctica privada de Freud en el tratamiento de las perturbaciones nerviosas, no surge de la investigación universitaria oficial y continúa su desarrollo por fuera de la medicina establecida. Muchos de los primeros psicoanalistas eran legos provenientes de disciplinas variadas, tales como la antropología, el derecho y la literatura. Esa marginalidad respecto de la medicina trajo una consecuencia inevitable, si es que los practicantes del psicoanálisis querían procurarse un tratamiento efectivo de desórdenes neuróticos: debían crear una clientela voluntaria. Desde sus comienzos el psicoanálisis encontró a sus seguidores parejamente entre los médicos y los legos. Algunos psicoanalistas europeos ortodoxos habían colaborado en tres ediciones de un compendio popular de banalidades psicoanalíticas acerca de la crianza de los niños y la higiene mental, el Psychoanalytische Volksbuch. Analistas del Instituto de Berlin colaboraron en la primera película freudiana, «Secretos del alma», con la estrella de «El gabinete del Dr. Caligari»**. En ella se establecía una imagen mágica del psicoanalista, que eliminaba los impulsos homicidas de un profesor, protagonista de la película, a través del análisis de los sueños. En EEUU, analistas freudianos escribían para el Saturday Evening Post o colaboraban con periodistas en las revistas femeninas. Tanto en Europa como en EEUU hubo pacientes agradecidos que jugaron un papel importante como difusores y patrocinadores del movimiento. Después de la Primera Guerra Mundial, escritores europeos y americanos y otros intelectuales contribuyeron crecientemente a popularizar al psicoanálisis[4].
          Pero esta apelación simultánea a médicos y legos se volvió, al mismo tiempo, una fuente de conflictos. Para algunos legos los médicos apuntaban a otorgar respetabilidad a las ideas más audaces de Freud y para ello buscaban monopolizar la práctica del psicoanálisis. Por su parte, el entusiasmo de los legos era, para los analistas médicos, comprometedor y directamente competitivo. A principios de los veinte, por ejemplo, en la periferia del Greenwich Village, Andre Tridon, que anteriormente fue anarquista y llevaba sus uñas doraba en las fiestas de disfraz, desarrolló una práctica psicoanalítica privada y publicó una edición pirata de las Introductory Lectures de Freud. Otros legos sin formación ocasionalmente se proclamaban a sí mismos psicoanalistas. En la mayor parte de los países no se reconocía al psicoanálisis como una profesión que requiriera licencia, en parte por las disputas entre las escuelas psicoanalíticas y en parte por la existencia de analistas legos.
          Unos dos tercios de los psicoanalistas en Europa eran médicos, de modo que las disputas sobre el análisis lego venían ocurriendo tanto dentro del movimiento como entre psicoanalistas y autoridades médicas externas. Por ejemplo, en Viena, a mediados de los veinte, un paciente norteamericano tratado por uno los discípulos legos de Freud sufrió una psicosis. A raíz de ello sus familiares se quejaron ante el cónsul de su país quien recurrió a las autoridades médicas vienesas. La extensa defensa que Freud hizo del análisis lego, que su hija Anna había empezado a practicar, fue, en parte, resultado de este embrollo. Por otra parte, en Inglaterra, la Asociación Médica Británica había alcanzado a establecer el requisito de la supervisión por analistas médicos de los legos[5].
          Pero algunos médicos europeos se alarmaron no sólo por la acción de los analistas legos, sino por el optimismo, por el «ambientalismo» y la disposición iconoclasta de los psicoanalistas. En los veinte, en Berlin, analistas jóvenes se lanzaron a desafiar la psiquiatría oficial, ya pasada de moda. Cualquier otro método, en particular los establecidos, era denunciado como obsoleto e ineficaz; lo que a menudo se acompañaba de declaraciones de curación demasiado optimistas. Por otra parte, en los veinte, el psicoanálisis ya no es sólo un tratamiente psicológico, sino que la teoría psicoanalítica pone un acento creciente en el papel del cuidado parental en el desarrollo infantil[6].
          La psiquiatría europea, desde entonces, continuó instalada en un molde somatista y hereditario, tanto en la investigación como en el tratamiento. La actitud dominante de los europeos siguió inclinándose por la fijeza de los rasgos humanos y no por su maleabilidad psicológica. Por otra parte, existían otras tendencias hostiles al psicoanálisis. En Alemania y Austria, en los años veinte, fenomenólogos que seguían a Karl Jaspers, y que tenían una creciente influencia en la psiquiatría, tendían a considerar al psicoanalisis freudiano como metodológicamente ingenuo y estrechamente positivista. En Francia, la insistencia de Joseph Babinsky en afirmar que todo síntoma psicológico es causado por mera sugestión y que puede ser curado por el mismo medio, impulsaba a no tomar en serio a las neurosis. Además, había psicoterapias sistemáticas y elaboradas, como la de Pierre Janet, que entraban en competencia con el psicoanálisis. Y por último, el psicoanálisis era alemán y judío[7].
          Pero a pesar de los factores mencionados, hubo una asimilación considerable e indiscriminada del psicoanálisis en la medicina y la psiquiatría europeas. En 1931, los psicoterapeutas alemanes dedicaron buena parte de su conferencia anual a temas psicoanalíticos. En las universidades de Berlin y Tübingen, sus máximas autoridades, como Ernest Kretschmer y Karl Birnbaum, mostraron un interés crítico en algunas de las hipótesis freudianas, tales como la importancia de la infancia, la represión, la sexualidad y el conflicto. El eminente neurólogo francés Henry Claude alentaba a psicoanalistas jóvenes a tratar pacientes de las salas de Sainte Anne, el mayor hospicio de Paris. El director del Bethlehem Hospital se convirtió en psicoanalista y el texto que escribió fue uno de los más extensamente usados en Gran Bretaña. Incluso en Viena, Paul Schilder, que era un joven y brillante asistente de Theodor Wagner-Jauregg, el oponente de Freud, en la Universidad de Viena, escribió una monografía importante sobre la psiquiatría psicoanalítica y se unió a la sociedad freudiana[8]. Es posible pensar que de no ser por Hitler el psicoanálisis pudo llegar a ocupar en Austria y Alemania una posición semejante a la que alcanzó en Inglaterra.
          El interés por el psicoanálisis que creció entre psiquiatras y psicoterapeutas fue marcadamente ecléctico; incorporaban lo que querían de Freud, sin considerar al psicoanálisis como una trama única de teoría y práctica. Se desarrollaron psicoterapias que incorporaban elementos del psicoanálisis, como el entrenamiento autógeno de J.H. Schultz, una especie de técnica de relajación por libre asociación.
          Los seguidores de Freud desarrollaron su propio sistema privado de prácticas y derivaciones, en Europa, en los márgenes de la medicina establecida y de los círculos universitarios y, en los veinte, sus propios institutos privados de formación. Pero el patrón de una actividad privada y voluntaria era más compatible con la medicina norteamericana que con la europea, por cuanto esta última se socializaba crecientemente. El tratamiento psicoanalítico no se integró en sistemas de seguridad médica estatal hasta después de la segunda guerra mundial, y eso sobre todo en Holanda y Alemania.
          Los institutos europeos, entonces, establecieron las bases para la instauración del psicoanálisis como profesión, con controles sobre el ingreso, la calificación y la certificación de los miembros. En realidad, los institutos marcaron una diferencia entre la primera generación de pioneros y todas las generaciones analíticas subsiguientes. Los pioneros se habían seleccionado a sí mismos; a menudo habían experimentado una conversión y una relación intensa de amor-odio con Freud, el Ur-Analyst [analista originario][9].. Durante un tiempo iniciaron casualmente a otros, puestos en situación de aprendices. Pero desde 1920 en adelante, los comités de los institutos controlaron la formación; los lazos emocionales fueron modelados en la relación con los analistas didactas, quienes se convirtieron en una nueva elite en el movimiento.
          Los primeros textos sistemáticos de psicoanálisis surgieron de los institutos al modo de codificaciones que respondían a las necesidades de la enseñanza. La función primaria del instituto fue la formación y no la investigación; cada uno de ellos constituyó una asociación voluntaria de practicantes y candidatos, usualmente era una escuela nocturna, el centro de las intensas relaciones intragrupales en el movimiento.
          En los veinte, los institutos estaban inclinados a un liberalismo de centroizquierda y un buen número de los primeros analistas europeos eran socialistas. En parte como un reflejo del liberalismo y el socialismo europeos, en parte como consecuencia de la propia práctica médica en Europa, cada instituto manejaba una clínica con honorarios reducidos; en Berlín, cada miembro debía tratar gratuitamente un paciente. En ese sentido, los europeos podían proclamar con orgullo que estaban cumpliendo el ideal freudiano de extender a los pobres los beneficios del psicoanálisis. Y esas clínicas estaban llenas de pacientes; alrededor del 14% de los pacientes berlineses y cerca del 24% en Viena eran trabajadores de «cuello azul»: artesanos, domésticos, trabajadores manuales y empleados. El resto eran oficinistas, estudiantes, docentes, comerciantes y artistas[10].
          En los veinte, los institutos eran todavía pequeños e informales. Los analizandos junto con sus analistas viajaban a Menton o Dubrovnik a pasar sus vacaciones. Cuando se abrió el instituto de Viena el cuerpo docente se otorgó diplomas a sí mismo, con la convicción que si iban a enseñar debían estar debidamente acreditados tal como lo estaban sus colegas alemanes. Aun Berlín, por este espíritu de sistema, estimulaba la participación y tambien el esceptisimo de la comunidad.
          Los institutos europeos estaban, por otra parte, profundamente preocupados por los temas sociales y culturales: literatura, arte, antropología, psicología grupal y, especialmente, pedagogía. En el instituto de Berlín se exigían cursos sobre esos tópicos; en ese sentido, esa tendencia humanista reflejaba el tipo de reclutamiento que caracterizaba al movimiento europeo.
          Es difícil construir un panorama total de la clínica y la práctica privada en Europa. A juzgar por los casos publicados, los pacientes privados incluían un gran número de profesionales de clase media alta ‑abogados, profesores, hombres de negocios y mujeres acomodadas‑ que sin duda pagaban bien por el análisis. A juzgar por los debates de los grupos neurológicos y psiquiátricos, sin embargo, en los treinta el psicoanálisis no era todavía una especialidad de elevado prestigio, reconocida por la medicina establecida.
          La tensión entre las tendencias hacia la asimilación o hacia el exclusivismo ha caracterizado siempre al psicoanálisis. En este período europeo, el psicoanálisis tendía mayormente hacia el exclusivismo, en parte debido a su separación respecto de la medicina oficial y en parte por la ortodoxia impulsada por los nuevos institutos. En 1930, por ejemplo, Edward Glover advirtió a sus colegas ingleses en cuanto a dedicar mayores esfuerzos en contactos con sostenedores de otras corrientes psicológicas: el intercambio intelectual debía realizarse, primariamente, entre analistas.[11] Esta actitud difería radicalmente de la de la mayoría de los norteamericanos, quienes, cualquiera fuera su posición frente al eclecticismo, perseguían activamente los lazos más estrechos con la medicina y la psiquiatría. Esta tendencia americana requiere ser indagada.
          Además de proveer un dispositivo institucional reltivamente más favorable, los EEUU se hallaban en una situacion única para operar sobre esa doble apelación del psicoanálisis, a los médicos y a los legos. Por ejemplo, el interés en las curas psicológicas entre los médicos norteamericanos que se acercaron al psicoanálisis fue, en parte, impulsado por la popularidad de los cultos religiosos que producían curaciones. El propio médico norteamericano era, a menudo, un divulgador que escribía en revistas corrientes y proporcionaba información a intelectuales y periodistas. Esa interacción entre cultura científica y cultura popular, presente ya hacia 1910, era un rasgo creciente de la vida americana. Y ello aseguró que una innovación médica, particularmente si involucraba centralmente al psicoanálisis, recibiera rápida y amplia publicidad, por razones de historia social y cultural que no pueden ser expuestas aquí.
          La medicina norteamericana fue más receptiva al psicoanálisis porque era todavia relativamente abierta; sus patrones de investigación y sus lazos con las universidades y con el gobierno recién se estaban fijando. Su organización profesional moderna se fué completando entre 1910 y 1940 y empujaba hacia la uniformidad, la especialización, el status elevado y el monopolio.
          El optimismo y el ambientalismo del psicoanálisis, que iba en contra de las corrientes principales de la medicina europea, fueron acentuados por los médicos americanos, quienes encontraron en el psicoanálisis la más radical de las nuevas terapias psíquicas, con influencia en la psiquiatría y la neurología. Las nuevas tendencias fueron las dominantes en algunos de los nuevos centros para la investigación psiquiátrica establecidos recientemente, como era el caso de Instituto Psiquiátrico de Nueva York.
          La extraordinaria prosperidad americana en los veinte y después de la segunda guerra mundial, y el rápido crecimiento de una clase media acomodada, alimentaron la expansión de la profesión psiquiátrica, su clientela privada y sus actividades subsidiarias, tales como la psicología clínica y el trabajo social. Durante la mayor parte de esos años, Europa permaneció social y económicamente inestable, con su burguesía y sus valores amenazados y su medicina crecientemente socializada. Mientras tanto, en los EEUU la medicina organizada se volvía cada vez más próspera, poderosa y conservadora.
          Los médicos americanos rehicieron desde el capullo la profesión psicoanalítica. Primero, la volvieron exclusivamente médica y psiquiátrica en los veinte. Luego, en los treinta, la transformaron en una especialidad de elite, con una nueva teoría adaptada al medio norteamericano y con institutos de formación organizados rigidamente.
          Casi todos los primeros psicoanalistas americanos fueron médicos, incluyendo unos pocos neurólogos y un número mayor de psiquiatras de instituciones, muchos de los cuales trabajaban en hospitales psiquiátricos o en nuevas clínicas e institutos del sector. Figuras de la medicina establecida en EEUU, muchas más que en Europa, se interesaron por el psicoanálisis. Se orientaron a convertirlo en una parte integral de la medicina y la psiquiatría establecidas y a monopolizar el tratamiento psicológico de los desórdenes nerviosos y mentales. Fueron años en que la medicina americana luchó contra el curanderismo y la popularización romántica; suprimidos los diplomas fabricados, se cultivaba la imagen del médico como un científico capaz de hacer milagros. Paul de Kruiff proporcionaba una vision romántica de los «hombres de blanco». Morris Fishbein, combatiente de la Asociación Médica Americana, luchaba contra los charlatanes, entre ellos los practicantes de curas mentales, ya fueran de la Christian Science o psicoanalistas legos.[12] Cercado por la vigilancia de las sociedades médicas, en los veinte, los grupos psicoanalíticos impedían incluso la práctica de legos que habían sido entrenados en los institutos europeos o por Freud mismo; varios de ellos emigraron hacia la costa oeste, donde se desarrollaron otras batallas por el análisis lego dos décadas más tarde. Hacia la mitad de los treinta, todos los candidatos debían haber completado una residencia psiquiátrica en una institución aprobada.[13]
          Es sabido que la práctica psiquiátrica moderna ha adquirido su forma, en parte, bajo la influencia del psicoanálisis. El abordaje psicológico ha sido estimulado por la crisis de la tradición somática: por las teorías y los roles contradictorios y por la caída en la tasa de recuperación de los pacientes. Hacia el final de la segunda guerra mundial, el psicoanálisis dominaba el abordaje psicológico, tanto de las psicosis como de las neurosis y, hacia los cincuenta, los términos psicoanálisis, psicoterapia y psiquiatría dinámica se habían vuelto casi intercambiables.
          En unos poco hospitales, como el Saint Elizabeth en Washington, con el mayor presupuesto de los hospitales públicos norteamericanos, en los veinte hubo psiquiatras que experimentaron con la psicoterapia psicoanalítica. Las tasas combinadas de recuperación y mejoría en la esquizofrenia, para la mayor parte de los hospitales, rondaba el cuarenta por ciento. Pero en Seppard Pratt, una institución privada cerca de Baltimore, Harry Stack Sullivan y sus seguidores declaraban índices de alrededor del setenta y cinco por ciento. Hacia 1930 la psicoterapia psicoanalítica comenzó a ser vista como un tratamiento promisorio en las psicosis y la formación psicoanalítica a ser considerada como una disciplina importante.[14]
          Entre 1920 y 1940 se produjo el surgimiento de la moderna práctica de consultorio en la psiquiatría. Cada vez más alienistas cambiaron los bajos salarios del hospital público por una práctica privada, urbana y lucrativa. Crecientemente los psiquiatras se apoderaron del dominio que los neurólogos se habían reservado para sí desde 1880: el tratamiento privado de los desórdenes nerviosos y mentales de los pacientes acomodados. Mientras que la neurología se convirtió en una especialidad más estrechamente somática, en la nueva psiquiatría de consultorio el psicoanálisis proporcionaba un importante método terapéutico.[15]
          En 1930 no existía en EEUU ningún instituto y los aspirantes a analistas debían buscar su formación sistemática en Europa. El movimiento norteamericano era casi tan grande como el austríaco y muy diversificado. Existía un grupo ortodoxo en Nueva York alrededor de A.A.Brill y un grupo ecléctico con William Alanson White en el Hospital St. Elizabeth. La aparición del eclecticismo fue exacerbada porque un creciente número de psiquiatras y otros médicos adoptaban psicoterapias híbridas y se llamaban a sí mismos psicoanalistas. En ese sentido, el monopolio freudiano del término, consagrado medicamente en Inglaterra, nunca se estableció en los EEUU. Para los analistas ortodoxos, los eclécticos aparecían como una amenaza equivalente a la de los practicantes legos. Pero existía una situación más conflictiva bajo la superficie en la medida en que algunos de los ortodoxos y muchos de los eclécticos no habían sido psicoanalizados ni formados sistemáticamente.
          El movimiento norteamericano fue alterado drásticamente por la nueva generación psicoanalítica, una elite que se adueñó del poder en desmedro de sus mayores después de una lucha encubierta, pero a menudo encarnizada, en los treinta, y que supervisaría la explosión profesional del psicoanálisis en los años de posguerra. Esta falange, autoconscientemente generacional, habia sido formada casi en su totalidad en los institutos europeos o por líderes provenientes de ellos. Entre esos jóvenes norteamericanos se incluían Ives Hendrick, Ralph Kaufman, Bertram Lewin, Gregory Zilboorg y Lawrence Kubie. Resultante de la primera formación psicoanalítica sistemática, ese grupo ardía con el fuego de la verdad y la disciplina. Y de ello derivaban que sólo podían ser verdaderos psicoanalistas los que hubieran pasado por una formación similar. Ernst Jones, quien siempre se inclinó por apoyar los patrones de formación, lamentó no obstante las consecuencias personales de esa disputa. Cuando fue consultado por Hendrick acerca de las deficiencias de la vieja generación, comentó que las disputas generacionales significaban un nivel primitivo del desarrollo del carácter.[16]
          La joven elite americana aceptó ese acento puesto en una formación exclusivamente médica y psiquiátrica, que se correspondía con la que ya poseían, porque no habia legos entre ellos y, por otra parte, eran muy pocas influencias de las humanidades o las ciencias sociales en comparación con Europa.
          Los analistas europeos que llegaron a los EEUU durante la Depresión escapando del ascenso del fascismo, reforzaron, y a la vez amenazaron, a esa nueva y cerrada elite americana. Los analistas inmigrantes ayudaron a fundar institutos en Nueva York, Boston y Chicago, actuaron como analistas didactas y compitieron por pacientes. Brill escribió a Ernst Jones que «un gran número de nuestros miembros apenas alcanza a ganarse la vida». Los europeos, a menudo a partir de «nociones preconcebidas de superioridad», entraban en una competencia intensa con las prácticas recién establecidas. En cuanto a la recepción americana de los refugiados, fue generosa y a veces ambivalente. Parte de ellos se dirigió lejos de Nueva York, a Detroit, San Francisco y Topeka, donde había muy pocos ‑si es que había alguno‑ analistas calificados. Hacia 1941 aproximadamente cuarenta europeos habían sido ayudados a ingresar en los EEUU: diez y seis se habían convertido en analistas didactas y veinticuatro en docentes de Institutos.[17]
          Conjuntamente, los jóvenes norteamericanos y los analistas inmigrantes hicieron más estrecho y rígido el sistema de los Institutos. El objetivo era, por supuesto, protegerlos del favoritismo y la incompetencia; los institutos, que dejaron de ser informales como en Europa, tendieron a volverse jerárquicos. Proliferaron comités dedicados, entre otros asuntos, a las relaciones públicas. Finalmente, esas tendencias, que eran ya claras en 1939, se acentuarían con la rápida expansion de los cincuenta.
          Norteamérica no solamente construyó Institutos más rígidos y sistematizados, sino que completó la medicalización del psicoanálisis como profesión. Algunos importantes inmigrantes europeos asumieron esa orientación, reforzada, por otra parte, por la naturaleza de las corporaciones filantrópicas americanas. Algunas de las primeras becas de formación para médicos norteamericanos en el Instituto de Berlín, habían sido financiadas por el Commonwealth Fund. La Fundación Rockefeller ayudó a sostener el nuevo Instituto de Chicago entre 1935 y 1943; Alan Gregg, director médico de la Fundación, pensaba que los psicoanalistas debían encarar investigaciones concretas y orientadas médicamente y en ese sentido insistió ante Franz Alexander, director del Instituto. Antes del subsidio Rockefeller, Alexander había impulsado, junto con otros, la investigación en medicina psicosomática, un campo que habia empezado a explorarse en Europa. En ese sentido, Alexander ‑y su analizando, Karl Menninger- orientó el esfuerzo destinado a fortalecer los lazos entre el psicoanálisis y la medicina al mismo tiempo que expresaba la esperanza de que el psicoanálisis desaparecería como movimiento en la corriente de la psicología y la medicina. Por su parte, Sandor Rado, en Nueva York, intentaba también acomodar al psicoanálisis en el molde de lo que concebía como la respetabilidad médica y científica.[18]
          Con la llegada de prominentes analistas legos ‑Theodor Reik, Erik Erikson, Siegfried Bernfeld, Erich Fromm‑ la cuestión de la formación médica se agudizó nuevamente. Sobre este tema Norteamérica rompió con la Comisión Internacional de Formación, en parte indudablemente por la competencia económica además de los prejuicios médicos tradicionales.
          La medicalización tiene su precio. Durante muchos años la formación dada por los Institutos fue más estrecha que en Europa y la amplia cultura humanística de los Institutos de Berlín y Viena no sobrevivió en el ambiente médico americano. Algunos legos elegidos pudieron recibir formación, pero oficialmente sólo podían practicar el análisis con propósitos de investigación; fueron establecidas unas pocas excepciones para algunos prominentes analistas legos que habían sido formados antes que entraran en vigencia las nuevas reglas. Parece una ironía que muchos de los teóricos más destacados del psicoanálisis, hayan sido legos, como Anna Freud, Erik Erikson, Ernst Kris, David Rapaport, Roy Schafer, o bien médicos con una intensa formación humanística, como Heinz Hartmann.
          Esa estrecha perspectiva americana alentó una ortodoxia igualmente estrecha, reforzada por las nuevas elites de los Institutos; de ello resultó la exclusión del disenso. Después de las defecciones de Alfred Adler y C.G.Jung, en la ortodoxia del movimiento europeo se habían tolerado una abierta variedad de enfoques. Tal fue el caso de Sandor Ferenczi, quien murió habiendo permanecido dentro del círculo a pesar de su creciente desviacionismo. A comienzos de los cuarenta, algunas de las voces más creativas del psicoanálisis americano, Sullivan y Karen Horney por ejemplo, crecieron apartados de los Institutos.[19] Y como tributo al poder del modelo berlinés, cuando ellos o sus seguidores abandonaron las organizaciones psicoanalíticas ortodoxas, construyeron sus propias instituciones tradicionales.
          Norteamérica convirtió al psicoanálisis en una especialidad bien paga y crecientemente próspera. Entre 1929 y 1949 los ingresos económicos de los abogados crecieron 46% mientras que los de los médicos lo hicieron en un 125%. Hacia los treinta, los psicoanalistas establecidos ganaban, probablemente, como el nivel medio de los especialistas médicos ‑bastante por debajo de los cirujanos, pero por encima de los clínicos, los pediatras y, probablemente, de la mayoría de los psiquiatras en instituciones. Esta tendencia continuó hasta fines de los sesenta; directores de hospitales y de una fundación oficial se lamentaban de que jóvenes analistas, cuya formación habían ayudado a solventar, prefirieran la práctica privada a la investigación o la docencia. En el período de la Depresión, un psicoanalista europeo eminente ganaba 30.000 dólares anuales.. Entre 1936 y 1949, el promedio de honorarios por hora creció de alrededor de 10 a l4,50 , con lo que los ingresos probables de los psicoanalistas se situaron por encima de los de los psiquiatras que trabajaban en hospitales públicos y en clínicas. Se ha calculado que hacia fines de los sesenta, más de la mitad de los psicoanalistas estaban ganando de 40.000 a 60.000 dólares al año, mientras que más de la mitad de los psiquiatras ganaban de 20.000 a 40.000.[20]
          La creciente extensión y el rigor de la formación psicoanalítica contribuyeron a incrementar la urgencia por ganar dinero. En los treinta, los líderes se proponían crear una elite altamente calificada, que fuera atractiva para una medicina que acentuaba predominante la pericia. Tempranamente, en 1935, la revista Fortune se mostraba impresionada por el rigor de la formación psicoanalítica. Hacia los cincuenta, el aprendizaje psicoanalítico costaba 20.000 dólares, o más, adicionales al costo de la formacion médica.[21] Usualmente se llegaba a ser un analista legitimo aproximadamente a los cuarenta años, después de haber pasado 769 horas en análisis didáctico y de haber realizado dos análisis bajo la supervisión de dos analistas de control.
          En ese ambiente próspero de la medicina americana, no hubo lugar para que echara raíces, en los Institutos, la misión de asistencia social a las masas. De los primeros Institutos, sólo el de Chicago, y más adelante el de Topeka, sostenían una clínica con honorarios reducidos durante los años de la Depresión, en los treinta. Los pacientes de las clínicas provenían crecientemente de las clases medias. En Chicago, sólo el seis por ciento eran trabajadores, lo que contrasta con el veinticuatro por ciento de Viena y el diez y seis por ciento de Berlín; y en 1958 correspondía a esa categoría sólo el dos por ciento de los pacientes de la clínica del Instituto de Nueva York. Hacia los sesenta, la mayor parte de los pacientes analíticos provenían de las clases altas, particularmente de profesionales con educación superior; cerca del cuarenta y tres por ciento mostraban una movilidad social ascendente y otro treinta por ciento poseían ingresos provenientes de bienes heredados o de inversiones. Sin embargo este cuadro requiere algunas precisiones. Desde 1910 en adelante hubo psicoanalistas trabajando en clínicas con honorarios reducidos, dispuestos ‑más que los psiquiatras‑ a variar el cobro de acuerdo con la capacidad económica del paciente. Después de la segunda guerra mundial se abrieron más clínicas en los Institutos, con el propósito primario de proveer casos adecuados para el entrenamiento más que para promover al psicoanálisis hacia un público amplio. Es evidente el contraste con el espíritu de los Institutos de Viena y Berlin en los veinte.[22]
          En los años en que el psicoanálisis fue adquiriendo una influencia sin precedentes disminuyó el papel de los Institutos. Desde 1910 el nivel de divulgación en los EEUU sobrepasó cualquier comparación con Europa, por lo menos hasta después de la segunda guerra mundial. Como sea, en Europa la divulgación se había orientado mayormente hacia un público con educación superior, que había pasado por el gymnasium: artistas, escritores y profesionales. Ni siquiera el Volksbuch estaba concebido para un publico verdaderamente masivo. En Norteamérica, en cambio, el psicoanálisis venía apareciendo, desde 1910, en revistas de circulación masiva y de cultura media. La divulgación continuó en los treinta y hacia el final de los cuarenta y los cincuenta el psicoanálisis alcanzó, por primera vez, revistas populares masivas, como True Story, y comenzó una carrera cinematográfica floreciente.
          La divulgación se correspondía, por otra parte, con la creciente absorción del psicoanálisis en las universidades y las escuelas médicas, y en disciplinas académicas y profesionales: antropología, sociología, servicio social y criminología. Un número cada vez mayor de psicoanalistas aparecía en la nómina de las escuelas médicas y las facultades universitarias. En 1956, al cumplirse el centenario de Freud, John Crosby pudo escribir que el psicoanálisis era ya casi tan «controvertido como la bandera de los EEUU».[23]
          La nueva popularidad y la nueva implantación del psicoanálisis parecen haber coincidido con un desplazamiento en el tipo de personalidad de los candidatos en la generación de posguerra. Ya no eran excéntricos e introspectivos, a la búsqueda de un remedio para su propia neurosis; tampoco estaban dominados por la pasión de conocer y comprender el propio yo interior. Así había sido la elite de los años treinta y a sus ojos la nueva generación aparecía como convencional y conformista.[24]
          El status ascendente de la ciencia freudiana quedó marcada por la tendencia dominante, orientada a hacer del psicoanálisis una «psicología del yo». Esta tendencia representaba, en parte, el intento de enfrentar las limitaciones evidentes de la teoría psicoanalítica, que derivaban mayormente de sus fundamentos en la psicopatología. Areas enteras del funcionamiento psicológico tenían un lugar reducido en el esquema psicoanalítico; por ejemplo, el dominio intelectual y el desarrollo conceptual, el juego y las funciones de síntesis. Estos vacíos se tornaron evidentes, a finales de los veinte y en los treinta, cuando los psicoanalistas confrontaron con los psicólogos académicos ‑sobre todo en Austria y en los EEUU‑ en la medida en que se enfrentaron a problemas más amplios de educación, de higiene mental y a la «personalidad total». La creación de una psicología del yo generalizada representó un deslizamiento desde un énfasis reduccionista sobre los instintos y el inconsciente hacia una focalización en las instancias internas de control y, más adelante, en las funciones de la personalidad no neurótica.[25]
          En su emigración desde los Institutos de Viena, Berlín y Londres a América cambiaron dos conceptos centrales de la teoría psicoanalítica: la agresividad y el yo. En ese sentido, las primeras interpretaciones norteamericanas de estos conceptos prefiguran significativamente los desarrollos ulteriores y se destacan si se comparan los escritos americanos, franceses e ingleses en los años treinta.
          Una exposición de la agresividad para médicos había estado a cargo de Karin Stephen, la esposa del hermano de Virginia Wolff, Adrian, quien también era psicoanalista. Su estilo lúcido imitaba las formas incisivas de Freud y dejaba ver una elaborada formación en filosofía, en Cambridge, con Bertrand Russell y G.E.More. La hija de Stephen, siguiendo a Melanie Klein, decepcionada con el pecho materno deseaba destruir a su madre mordiendo el pezón, devorarla en un rito salvaje y misterioso. Una y otra vez esa disciplina social superficial británica, que evita graciosamente y reprime los ataques llevados a cabo de mal modo, queda balanceada por las más salvajes fantasías inconscientes de venganza. Las notas claves son el deseo de muerte, la decepción y la frustración.[26]
          Man Against Himself de Karl Menninger, que es probablemente la primera divulgación en gran escala del instinto de muerte en Norteamérica, muestra bien el contraste. Best seller, el libro presenta un desfile de horrores extraidos de la práctica y de la prensa. Hay víctimas de agresiones contra sí mismas que se arrojan en cubas de plomo hirviendo o comen vidrio molido; otras dirigen su agresión hacia fuera y cometen asesinatos particularmente horrorosos. Todo enfermedad, desde la impotencia a los desórdenes orgánicos, es atribuída al instinto de muerte o sus derivados. No hace falta decir que son ignorados los problemas lógicos inherentes a la exposición freudiana del principio de Nirvana.
          Menninger se orienta, desde el comienzo, hacia el poder benéfico de Eros, en momentos en que Freud se vuelve cada vez más escéptico. Pero después del desfile de horrores viene la salvación por la ciencia psiquiátrica. ¿Cómo se vence al instinto de muerte?. Por medio de hobbies y artesanías, por la educación y el amor, y por la rápida intervención del psiquiatra. De modo que lo que se proponía ser una exposición de la árida teoría freudiana se convierte en un ejercicio de fortalecimiento, de optimismo y ambientalismo, de fe en la educación, y, sobre todo, en el control de la ciencia. Por detrás de todo esto se advierte el tufo del viejo moralismo presbiteriano, que era la religión de la madre de Menninger. Este moralismo plantea firmes imperativos de responsabilidad social, reforzados por la afirmación de sentido del pecado individual. Por ello, Menninger había exhortado a los norteamericanos a reformar el sistema penal y, más recientememnte, había insistido en las responsabilidades individuales por los fracasos colectivos. De algún modo esos imperativos se asemejan a la retórica de los abolicionistas y perduran entre los elementos, positivos y no examinados, de la tradición moral norteamericana que han sobrevivido en este psicoanálisis tan americano.[27]
          Los refugiados y notorios psicólogos del yo, Heinz Hartmann, Ernst Kris y Rudolph Loewenstein, produjeron un aplanamiento sutil y elaborado de la teoría freudiana de la agresividad. En lugar de ser fuente inexorable de perturbación social, la agresión fue reinterpretada como una fuerza importante en el dominio de la realidad. La agresividad podía ser neutralizada, desplazada, y, tal como enfatizaba Menninger, «sublimada», especialmente en el trabajo útil. En este punto factores sociales externos ejercieron su influencia sobre el desarrollo interno de la teoría psicoanalítica. Para el punto de vista de la primera guerra mundial y de los años veinte, la agresividad debía parecer masivamente caótica y destructiva. Pero la sociedad americana, a pesar de ser inusualmente violenta, tradicionalmente había reprobado la competencia agresiva; y los analistas americanos hacía tiempo que lo habían suscripto. Hacia fines de los treinta, la agresión poseía otro uso social: la resistencia a Adolf Hitler. El ejemplo clínico clave de Hartmann era el un judío joven, inteligente pero pasivo, dominado por síntomas de ansiedad que se desvanecieron en el momento en que desató su agresión peleando contra una pandilla callejera nazi.[28]
          Si el instinto de muerte era socializado, el yo venía a ser moralizado. La adaptación norteamericana presenta un agudo contraste con la concepción francesa del yo presentada en la obra de René Laforgue Relativity of Reality. Lafforgue había pedido a un paciente que alquilara una habitación de hotel y pasara la noche con su amante, como un modo de proporcionar material apropiado para enriquecer su hora de análisis. El yo del niño francés en crecimiento es, para Laforgue, casi exclusivamente equivalente al intelecto. En efecto, es posible clasificar tipos de inteligencia, de un modo polémico, según los estadios libidinales que los generan. De tal modo que una inteligencia anal ‑característica, ¡ay!, de la mayoría de los intelectuales‑ es retentiva, pedante y marcadamente conservadora. Por otra parte, el yo científico se ha constituído mayormente en el estadio genital; consiguientemente es maduro, objetivo, apasionado y radical. No hace falta decir que el intelecto típico de Freud y el psicoanálisis representa la ciencia genital más avanzada.[29]
          Los norteamericanos acentúan menos el intelecto y más la conciencia y la voluntad. En los veinte, William Alanson White y A.A. Brill entienden al superyó como una evidencia de que la bondad y la moralidad tienen raíces tan profundas como las tendencias libidinales y agresivas. Los mismos norteamericanos, al mismo tiempo, argumentaban que un superyó rígido e infantil destruía las expresiones legítimas de la sexualidad.[30]
          La moralización del yo fue promovida por uno de los norteamericanos más influyentes entre los graduados del Instituto de Berlín, Ives Hendrick, en Facts and Theories of Psychoanalysis; su concepción parece provenir de varias generaciones de filósofos y psicólogos nativos. El yo es, para Hendrick, el órgano de la percepción, pero, lo que es mucho más importante, es la instancia de la elección moral, de la sublimación, de aquello que «mayormente distingue al hombre del animal, al adulto del niño».[31] Heinz Hartmann se ocupó del problema de los valores morales en América para denunciar a los «predicadores recónditos» de la «salud» y la «madurez». Sin embargo, desestimó la visión nietzscheana de una raíz común al bien y al mal, que Hartmann mismo había sostenido en los años veinte, para insistir en que la enseñanza del psicoanálisis muestra a la moralidad como un aspecto funcional y no extirpable de la personalidad. Deplora, entonces, la tendencia a ignorar este descubrimiento empírico de la obra de Freud mientras se acepta lo que el psicoanálisis ha revelado de la vida instintiva.[32] La «fuerza del yo» de los nuevos psicólogos psicoanalistas se asemeja mucho a la voluntad iluminada de la psicología tradicional. Su esencia, tal como es definida por William James y por los nuevos psicoanalistas, reside en la capacidad de postergar la acción.[33]
          Los psicólogos emigrados mezclaban sutilmente desarrollos europeos y americanos. Para ellos el yo incluía no solo la voluntad sino tambien el intelecto, separado, en ese sentido, de la relación que Laforgue había establecido con los estadios del desarrollo libidinal. El intelecto se convierte así en un instrumento al servicio de la adaptación a la realidad, junto con «la percepción, la intención, la aprehensión del objeto,.. la productividad,.. el desarrollo motor,..la maduración y los procesos de aprendizaje».[34] Esto constituye la fuente de procesos del yo en los que no existe conflicto intrapsíquico. Todo ello había sido materia de la psicología académica eropea y americana; de ello se habían ocupado estudios recientes del desarrollo infantil, de Jean Piaget y Charlotte Bühler en Europa y de Arnold Gesell en los EEUU. Por otra parte, eran tópicos de los cuales Freud se había ocupado muy escasamente.
          Los efectos de este matrimonio de la psicología académica con el psicoanálisis marcaron los énfasis con que los psicoanalistas americanos tomaron, desde el principio, las teorías de Freud. Inspirados por las efectos de divulgación del darwinismo, acentuaron la «adaptación» mucho más que Freud y, al igual que Hartmann, enfatizaron considerablemente los elementos «positivos» de la naturaleza humana. El psicoanálisis europeo y el americano, sin embargo, convergían en direcciones teóricas similares.
          La nueva convergencia creció a partir de la interacción profesional tanto como de la semejanza de las ideas. Los analistas norteamericanos habían sido formados en la psiquiatría de ese país, ecléctica y llena de esperanzas. En efecto, la generación analítica de los treinta surgió de los centros de esa tradición psiquiátrica: el Hospital Psiquiátrico de Boston, el John Hopkins, las escuelas médicas de Harvard y Cornell, el Hospital Saint Elizabeth y el Instituto Psiquiátrico de New York. Pero no sólo los psicoanalistas norteamericanos, sino también los psiquiatras con quienes los analistas emigrados trabajaron ocasionalmente habían salido de esa misma matriz: Stanley Cobb, por ejemplo, jefe de psiquiatría en el Hospital General de Massachusetts. Algunos de ellos habían cumplido un papel activo en la higiene mental, la orientación infantil y el servicio social, movimientos que en los veinte y los treinta fueron crecientemente influenciados por un psicoanálisis americano ecléctico.[35]
          La psicología del yo, que se volvió dominante en los cincuenta, representaba algo así como una psicología general que encajaba con el estatuto establecido del psicoanálisis. Acompañó la profesionalización de la ciencia freudiana dando razón de su desenvolvimiento en la ampliación de los alcances de los problemas del psicoanálisis. Al reunir psicología académica y psicología psicoanalítica, Hartmann tradujo la expresión de Freud lieben und arbeiten como «productividad sin perturbaciones» y como la capacidad de disfrutar la vida conjugando «las necesidades individuales con las sociales».[36]
          Tales habían sido, historicamente, los ideales de la clase media alta y de las capas profesionales, las que habían aportado la mayor parte de los pacientes analíticos privados; y allí, por otra parte, habían sido reclutados mayormente los psicoanalistas. Esos grupos sociales han crecido rapidamente en los EEUU desde 1900 hasta el presente. Con posterioridad a la segunda guerra mundial ocurrió un crecimiento similar en Europa y, con él, por primera vez el psicoanálisis se puso de moda, por ejemplo, en Francia y en Italia.[37]
          En el siglo XIX, esas clases sociales esperaron alcanzar sus metas productivas por el ahorro de energías sexuales y la lucha orientada al éxito en el mundo. En el siglo XX, en cambio, las sociedades occidentales ‑al menos hasta ahora‑ se han orientado hacia el consumo creciente de bienes económicos y sexuales. En esa masiva transición social, el psicoanálisis, en su fase revolucionaria inicial, enfrentó las represiones disfuncionales que obstruían el cumplimiento de nuevos roles sociales.
          En la segunda fase del psicoanálisis, que acompañó su mayor difusión y su profesionalización, se produce un desplazamiento desde el acento inicial puesto en lo inconsciente hacia el abandono de la permisividad y un mayor énfasis en el control. Hubo, sin embargo, diferencias entre europeos y americanos en las respectivas interpretaciones de ese proceso. Los analistas europeos, comenzando por Freud, mantuvieron, en general, una posicion más rebelde. En ese sentido, Hartmann mostró alguna cautela a propósito de la orientación ética que puede proporcionar el psicoanálisis. Más recientemente, Alexander Mittscherlisch, el principal psicoanalista alemán de nuestros días, señaló el efecto deformante que provocan las presiones del grupo de pares sobre las aspiraciones individuales y sobre la identidad.[38]
          Desde el comienzo, los norteamericanos acentuaron el ajuste. Fritz Wittels, quien alguna vez escribió una novela sobre Karl Krauss en Viena, advirtió sobre las formas convencionales de los americanos, en ocasión de su traslado a New York en 1928. Dos años más tarde ese conservadorismo fue expresado claramente por la forma en que Karl Menninger glosó la expresión freudiana lieben und arbeiter: «Hay dos cosas fundamentales en la vida. Una es el negocio [business] del amor y la otra es el negocio de ganarse la vida».[39]
          Aun cuando los psicoanalistas norteamericanos eran más moralistas que los europeos, seguían siendo más iconoclastas que la psiquiatría de su país. Dado que los psiquiatras incorporaron el psicoanálisis mayormente en los años cincuenta, las teorías de Freud se volvieron en sus manos más blandas y normativas. El divorcio, la falta de hijos y la soltería quedaron mezclados con los signos más evidentes de desórdenes nerviosos. Una terapéutica psiquiátrica diluída se volvió equivalente a una corrección de la desviación. Y ya que la psiquiatría incorporaba al psicoanálisis, ¿cómo el público común norteamericano podía distinguirlos?. Identificada con el establishment moral y social, produjo una ruidosa confusión en los avisos de periódicos, las revistas femeninas y la prensa popular.[40]
          El nuevo status y el elitismo de la profesión psicoanalítica se consolidaron con la generación de los formados a fines de los cuarenta y en los cincuenta, en las vísperas de la rebelión cultural de la década siguiente. Es posible que el empleo de la psiquiatría como una herramienta del conformismo haya servido para inspirar el acento que la nueva generación puso en la emoción y en la sensación en oposición a la introspección y el control. Los jóvenes y los marginales cuestionaron la primacía de la ética del trabajo y del amor monogámico, que eran el corazón mismo de los ideales profesionales del psicoanálisis. En ese sentido, es notorio que utopías como las de Wilhelm Reich, Herbert Marcuse y Norman O. Brown hayan surgido fuera de la profesión psicoanalítica.
          Hubo psicoanalistas que expresaron no sólo su horror frente a los valores de la contracultura, sino su propia incapacidad para lidiar con los nuevos síntomas de esa anomia masiva. Al mismo tiempo, la autoimagen psicoanalítica se volvía más modesta. Los psicoanalistas comenzaron a buscar nuevos avances, fuera del psicoanálisis, para el tratamiento de las perturbaciones mentales y nerviosas; se pensaba que quizás la teoría de la comunicación, la cibernética o la filosofía analítica podían hacer posible una rectificación de las teorías de Freud.[41] Existían varias razones para esta postura más modesta.
          Habían ocurrido cambios importantes en la psiquiatría y sus profesiones auxiliares. Al mismo tiempo, los psicólogos clínicos, que estaban excluídos de las organizaciones psicoanalíticas y liberados, por lo tanto, de sus normas de formación, que eran, quizás, más sensibles a los nuevos valores, experimentaban con nuevas terapias ‑grito primario, encuentros sensitivos, gestalt‑ muchas de las cuales expresaban más libremente la hostilidad o la sexualidad. También experimentaban bajo la guía, más disciplinaria, de los conductistas. Y los conductistas habían lanzado ya sus ataques sobre las pretensiones curativas del psicoanálisis. Lo mismo hicieron los psiquiatras, orientados hacia los nuevos tratamientos farmacológicos o las nuevas investigaciones relativas a las funciones cerebrales y la neurofisiología o dominados por un interés renovado en los factores somáticos y hereditarios en las enfermedades mentales.[42]
          La americanización del psicoanálisis, particularmente sus lazos estrechos con el establishment médico, lo volvieron muy vulnerable a los cambios normativos y metodológicos, tanto en el nivel profesional como de divulgación. Esos cambios habían producido una crisis en la psiquiatría y particularmente en el psicoanálisis. Vista en profundidad y en sus consecuencias, esta crisis es análoga a la crisis histórica que hacia fines del siglo XIX hizo posible la emergencia del psicoanálisis y su posición de privilegio. Se trata de una crisis de la teoría y de la terapia, de un conflicto de roles, que no es posible indagar aquí, y cuyo resultado final no puede ser anticipado.
         
NOTAS
[1].. Leopold Bellak, Contemporary European Psychiatry, New York, Grove Press, 1961, pp.219-223, 248-252. Véase también el capítulo correspondiente en John Howells, ed., World History of Psychiatry, N.York, Brunner-Mazel, 1975. Kate Millett, Sexual Politics, N.York, Doubleday, 1970, pp.66, 98-108, 178-203. Una presentación de las corrientes actuales en psiquiatría en Julius Segal, ed., Research in the Service of Mental Health: Report of the Task Force of the National Institute of Mental Health, Rockville, Md., National Institute of Mental Health, 1975, pp.98-99, 309-314, 320-321, y Summary, p.16.
[2].. Sobre la importancia de la dimensión clínica véase Heinz Hartmann, «Psychoanalysis, Scientific Method and Philosophy», en Sidney Hook, ed., Psychoanalysis: Scientific Method and Philosophy, N.York, New York University Press, 1959, pp. 18-19, 21, 25-26. Respecto de la naturaleza ambigua de la medicina como ciencia, véase Joseph Ben-David, The Scientist’s Role in Society: A Comparative Study, Englewood Cliffs, N.J., Prentice Hall, 1971, pp.25-26. Sobre la apelación dual, véase Franz Alexander, The Western Mind in TRansition, N. York, Random House, 1960, p.83.
[3].. Edward Shils, «Charisma, Order and Status», American Sociological Review, 30, April 1965, 199-213.
     ** Se refiere a Die Geheimniste einer Seele, 1926, de G. W. Pabst, en la que colaboraron K. Abraham y H. Sachs. La «estrella» a la que hace referencia es Werner Krauss [H.V.].
[4].. Joseph Ben-David, «Roles and Innovations in Medicine», American Journal of Sociology, 65, April 1960, 557-568. Siegfried Kracauer, From Caligari to Hitler: A Psychological History of the German Film, Princeton, Princeton University Press, 1947, pp.170-172. [Traduccion castellana: Buenos Aires, Ed. Paidós, 1985]. Paul Federn and H. Meng, eds., Das Psychoanalytsiche Volksbuch, Bern, Huber, 1939. Nathan G. Hale, Jr., Freud and the Americans: THe Beginnings of Psychoanalysis in the United States, New York, Oxford University Press, 1971, passim. May Sinclair, Ann Severn and the Fieldings, London, Hutchinson, 1923, pp.242, 271-272. Rebecca West, The Return of the Soldier, London, Nisbet, 1918, pp.148-149, 167. André Maurois, Les Discours du Docteur O’Grady, Paris, Grasset, 1922. J.D.Beresford, «Le Déclin de l’Influence de la Psycho-analyse sur le Roman anglais», Mercure de France, 190, 1 September 1926, 257-266. M. Gourevitch, «A Propos d’Une Source Méconnu des Faux-Monnayeurs», L’Encèphale, 59, jan.-feb.1970, 67-80.
[5].. «Report of Psycho-Analysis Committee», Supplement to the British Medical Journal, 29 June 1929, 262-270, especialmente 270; respecto del affaire Reik, ver Lancet, 4 September 1926, 513.
[6].. Melanie Klein, «The Development of a Child», International Journal of Psychoanalysis, 4, October 1923, 419-474, especialmente 446. René Laforgue y R. Allendy, La Psychanalyse et les Névroses, Paris, Payot, 1924, pp. ix-x, 216. Karl Abraham, «Character Formation on the Genital Level of Libido Development», Internat.Journal of Psychoanalysis, 7, April 1926, 214-222. Respecto del rol del cuidado parental véase el caso citado por Otto Fenichel en «The Pregenital Antecedents of the Oedipus Complex», ibid.,12, April 1931, 141-166, especialmente 149. Sobre el espíritu en el primer Instituto de Berlín, véase Max Eitingon, «Report of the Berlin Policlinic», Internat. Journal of Psychoanalysis, 4, Parts 1-2, Jan.-April 1923, 254-269, especialmente 255. M. Eitingon, «Zweiter Berich über die Berliner Psychoanalytische Poliklinik», June 1922 bis March 1924, Wien, Internat. Psychoanalytischer Verlag, 1924. C.P. Oberndorf, «The Berlin Psychoanalytic Policlinic», Psychoanalytic Review, 13, July 1926, 318=322. Max Eitingon, Zehn Jahre Berliner Psychoanalytisches Institut, Wien, Internat. Psychoanalytischer Verlag, 1930. H.J. Bannach, «Die Wissentschaftliche Bedeutung des alten Berliner Instituts», Psyche, Stuttgart, 25, Heit 4, 1971, 242-254.
[7]. Respecto de la hostilidad europea y el somatismo, véase Bellak, European Psychiatry, y Henry Baruk, Psychiatrie medicale, physiologique et experimentale, Paris, Masson et Cie, 1938; y La Psychiatrie française de Pinel à nos Jours, Paris, PUF, 1967, especialmente pp.29-30. En cuanto a la fenomenología, véase K. Jaspers, General Psychopathology, trans M. Hoenig, Chicago, Univ. of Chicago Press, 1963, pp.361-362 [traducc. castellana: ed. Beta, 1966] y Hans Prinzhorn and Mittzenzwey Kune, Auswirkung der Psychoanalyse in Wissenschaft und Leben, Leipzig, Der Neue Geist Verlag, 1928. Sobre la influencia de Babinsky ver Th. Kammerrer, «Le Rayonnement du Prof. J.H. Schultz en France», en Wolfgang Luthe, ed., Autogenic Training, New York, Grune and Stratton, 1965, pp. 261-262.
[8].. Paul Schilder, Introduction to Psychoanalytic Psychiatry, trans. Bernard Glueck, New York and Washington, Nervous and Mental Disease Publishers, 1928. W.H.B. Stoddart, Mind and its Disorders, third ed., Philadelphia, Blakiston, 1919, pp. v, 73, 76; y «A Brief Resume of Freud’s Psychology», Journal of Mental Science, 67:1, January 1921, 1-8. Respecto de Claude y los franceses, ver su prefacio a Laforgue y Allendy, ya citado y D. Pichon, «La Psychoanalyse dans l’Art medical», L’Evolution Psychiatrique, 3:1, 1933, 77-103. Sobre la psiquiatría y la psicoterapia alemanas, véase Ernst Kretschmer y W. Cimbal, eds., Berich tüber den VI Allgemeinen Artzlichen Kongress für Psychotherapie in Dresden, 14 bis, 17 Mai 1931, Leipzig, S.Hirzel, 1931. Karl Birnbaum, «Die Psychoanalyse vom Standpunkt der klinischen Psychiatrie», Deutsche Medizinische Wochenschrift, 50:2, 19 December 1924, 1788-1790; 26 December, 1828-1830; 51:1, 9 January 1925, 62-63; 16 January 1925, 105-106; 23 January 1925, 142-143. Ernst Kretschmer, A Textbook of Medical Psychology, trans. E.B. Strauss, London, Oxford Univ. Press, 1934, pp. 85, 129, 131-136. Un artículo comprensivo sobre el psicoanálisis en las publicaciones de psicoterapia durante el régimen nazi: J. Reinhold, en O. Bumke, U.O. Foerster, eds., Handbuch der Neurologie, Achter Band, Allemeine Therapie, Berlin, Julius Springer, 1936. J.H. Schultz, «Uber das autogene Training», Deutsche Medizinische Wochenschrift, 54:2, 20 July 1928, 1200-1201, y Lebensbilderbuch eines Nervenarztes, Stuttgart, Georg Thieme, 1964, pp.101-102.
[9].. Sobre la relación ambivalente con Freud como dios-padre, ver Siegfried Bernfeld, «On Psychoanalyic Training», Psychoanalytic Quarterly 31, October 1962, 467. Helene Deutsch, «Freud and his Pupils», Ibid.., 9, April 1940, 184-194. Theodor Reik, Fragment of a Great Confession: A Psychoanalytic Autobiography, New York, Farrar Strauss, 1949, p. 17. Adolf Stern, «Psychoanalytical Experience with Prof. Freud», New York State Journal of Medicine, 22, January 1922, 23. Sandor Ferenczi, «To Sigmund Freud on his 70th Birthday», International Journal of Psychoanalysis, 7, July-October 1926, 297-302, especialmente p. 298. Un estudio de esas relaciones tempranas en Paul Roazen, Freud and his Followers, New York, Alfred A. Knopf, 1974 [traducc.castellana: Freud y sus discípulos, Madrid, Alianza, 1971].
[10]. Algunas de las visiones más penetrantes acerca del psicoanálisis europeo en este período provienen de los registros de Edward Glover, Raymond de Saussure, Sandor Rado y Rudolph M. Lowenstein, en la Columbia University Oral History Collection. Véase la nota 6 anterior y Edouard Hitschmann, «A Ten Years Report of the Vienna Psychoanalytic Clinic», International Journal of Psychoanalysis, 13, January 1932, 245-259. En cuanto a la posición de Freud sobre el tratamiento de los pobres, ver «Lines of Advance in Psychoanalytic Therapy», 1919, Standard Edition, London, Hogarth, 1955, 17, 166-168; [traducc. castellana: «Los caminos de la terapia psicoanalítica»]. 
[11].. Edward Glover, «Introduction to the Study of Psychoanalytic Theory», International Journal of Psychoanalysis, 11, part 4, October 1930, 470-484. En cuanto a la cuestión asimilación o exclusivismo, ver Maxwell Gitelson, «On the Present Scientific and Social Position of Psychoanalysis», Internat.Journal of Psychoanalysis, 44, October 1963, 521-527.
[12].. Morris Fishbein, The New Medical Follies, N.York, Boni and Liveright, 1927, pp. 181-204; y A History of the American Medical Association, 1847-1947, Philadelphia, Saunders, 1947. James G. Burrow, AMA, Voice of American Medicine, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1963.
[13]. Sobre los requisitos para los miembros ver International Journal of Psychoanalysis, 4, 1923, 520; ibid., 5, Part. I, January 1924, 115-116. Albert Kandelin, «California’s First Psychoanalytic Society», Bulletin of the Menninger Clinic, 30, 1966; y Ernst Simmel a Lucie Jessner, 26 October 1946, en los escritos de Ernst Simmel en posesión de Albert Kandelin, Los Angeles; véanse también las historias orales, en poder del Dr. Kandelin, de Margrit Munk, Frances Deri, Hanna Fenichel, Ernst Lewy y Ralph Greenson.
[14]. Sobre comparación de presupuestos hospitalarios y tasas de recuperación, ver U.S. Department of Commerce, Bureau of the Census, Patients in Hospital for Mental Disease, 1926-1932 y 1933-1937. Comentarios de William V. Silverberg sobre Harry Stack Sullivan en «The Modified Psychoanalytic Treatment of Schizofrenia», American Journal of Psychiatry, 11, November 1931, p. 537; ibid., 13:1, September 1933, p.381; ibid., November 1933, pp. 86-96, 667-683; «Symposium on the Relation of Psychoanalysis to Psychiatry», ibid., 91, March 1935, pp.1089-1135.
[15]. Sobre la emergencia de la práctica de consultorio, el roster de la Asociación Psiquiátrica Americana indica, entre 1917 y 1933, una crecimiento del 8,5% a cerca del 30,6% en la lista de direcciones de miembros que tienen consultorio privado además de un afiliación institucional pública. Ver también William Healy, «The Never Psychiatry: Its Field-Trainning for It», American Journal of Psychiatry, 5, January 1926, 392-401. James V. May, Presidential Adress, ibid., 13, December 1933, 1-4. A. Sanger Brown, «Specialism within the Field of Psychiatry», ibid., 7, January 1928, 583-590. Acerca de la perspectiva estrictamente neurológica, véase Percival Bailey, «The Training of the Neurologist», presentado a The Third Congress of the International Hospital Association, 28 June 1933, Knocke-sur-mer, Bélgica, en Rockefeller Foundation Archives.
[16]. Las fuentes más útiles para este período son las memorias de Sandor Rado y Abraham Kardiner, en la Oral History Collection, Columbia University, los papeles de Ives Hendrick en The Boston Psychoanalytic Institute y la correspondencia de Ernst Jones con A.A. Brill e Ives Hendrick, en the London Psychoanalytic Institute. Hendrick lo percibía como una lucha generacional en «Professional Standars of the American Psychoanalytic Association», Journal of the American Psychoanalytic Association, 3, Octuber 1955, 561-599. Ver Hendrick a Jones, 27 November 1935, y especialmente Jones a Hendrick, 11 December 1935, y Hendrick, The Birth of an Institute, Freeport, Me., Bond Wheelwright, 1958, pp. 20-29, 46. Bertram Lewin y Helen Ross, Psychoanalytic Education in the United States, New York, Norton, 1960.
[17].. A.A.Brill a Ernst Jones, 21 March 1934, Jones a Brill, 25 September 1933, en los papeles de E.Jones. «Report of the Emergency Committee on Relief and Immigration of the American Psychoanalytic Association», 4 May 1941, en los papeles de Isador Coriat, The Francis A.Countway Library of Medicine, Boston.
[18].. Sandor Rado, «On the Development of Psychoanalytic Theory», en Paul Hoch y Joseph Zubin, eds., Current Approaches to Psychoanalysis, N.York, Grune and Stratton, 1960, pp.3-12. Alfred K. Stern a Franz Alexander, 26 June 1934, Alexander a Alan Gregg, 19 September 1933, Alexander a Robert A. Lambert, 12 June 1936, Stern a W.T.Harrison, 7 November 1938, Gregg a Stern, 9 November 1938, en los Archivos de la Fundación Rockefeller.
[19]. Sobre los primeros problemas de Sullivan y Horney ver Brill a Jones, 7 June 1934, Jones a Brill, 21 November 1934, Brill a Jones, 8 December 1934, en los Papeles de E.Jones.
[20].. Arnold Rogow, The Psychiatrists, N.York, G.P.Putnam’s Sons, 1970, p.93. Sobre los ingresos relativamente bajos de los psiquiatras europeos en la actualidad, ver William A. Glaser, Paying the Doctor: System of Remuneration and their Effects, Baltimore, John Hopkins Univ. Press, 1970, pp.158-159. Acerca de los ingresos generales de la medicina norteamericana, véase Samuel Bradbury, The Cost of Adecuate Medical Care, Chicago, Univ. of Chicago Press, 1947, p.23; y William Weinfield, «Income of Physicians, 1929-1949», en Survey of Current Busines, 37, July 1951, 9-26. Sobre los honorarios y la práctica psicoanalítica, ver Lawrence Kubie, «A Pilot Study of Psychoanalytic Practice in the United States», Psychiatry, 13 (1950), 227-246; y Practical Aspects of Psychoanalysis: A Handbook for Prospective Patients and their Advisors, N.York, Norton, 1936, pp.186-188, segunda edición; N.York, International Universities Press, 1950, pp.141-142. Acerca de la tendencia de los psiquiatras formados psicoanaliticamente hacia la práctica privada, véase Ross McClure Chapman, «Psychoanalysis in Psychiatric Hospitals», American Journal of Psychiatry, 91, March 1935, 1093-1101, especialmente p.1097.
[21].. Lewin y Ross, Psychoanalytic Education, p. 99; «The Nervous Breakdown», Fortune, April 1935, 192.
[22].. Lewin and Ross, Psychoanalytic Education, pp. 364-386. Compárese la nómina de ocupaciones de los pacientes en los informes de los Institutos de Berlín y Viena ya citados con The Chicago Institute. Five Years Report 1932-1937, pp.36-37, 41; y H. Aronson y Walter Weintraub, «Social Background of the Patient in Classical Psychoanalysis», Journal of Nervous and Mental Disease, 146, February 1968, 91-97; y «A Survey of Patients in Classical Psychoanalysis: Some Vital Statistics», ibid., 98-102. Se puede argumentar que los psiquiatras que realizan tratamientos somáticos y terapias breves pueden llegar a ganar más que los psicoanalistas por el hecho de tratar muchos más pacientes, pero he podido encontrar estadísticas que son comparables y resuelven este punto.
[23].. John Crosby, Baltimore, Sun, 15 September 1958. Sobre la absorción en escuelas médicas, ver Lewin y Ross, Psychoanalytic Education, passim.; S.A.Szuerk, «Teaching and Learning of Psychoanalytic Psychiatry in Medical Schools», Psychoanalytic Quarterly, 26 (1957), 387-396. En 1935 las escuelas médicas de las mayores universidades del este tenían uno o más cursos de psicoanálisis y uno o más psicoanalistas en la facultad; en 1958 el número de psicoanalistas en esas facultades se había incrementado notablemente, así como el número de universidades que incorporaron psicoanalistas. Para una visión proveniente de la primera generación de analistas nativos, ver C.P. Oberndorf, A History of Psychoanalysis in America, N.York, Grune and Stratton, 1953. Acerca del período inicial, véase John C. Burnham, Psychoanalysis and American Medicine, 1894-1918: Medicine, Science and Culture, New York, International Universities Press, 1967; y Hale, Freud and the Americans. Sobre los refugiados ver Donald Fleming and Bernard Bailyn, eds.,Intellectual Migration: Europe and America, 1930-1960, Cambridge, Harvard University Press, 1969; y Laura Fermi, Illustrious Immigrants: Intellectual Migration from Europe, 1930-1941, Chicago, University of Chicago Press, 1968.
[24].. Robert Knight, «The Status of Organized Psychoanalysis in the United States», Journal of the American Psychoanalytic Association, 1, April 1953, 197-221.
[25].. Una discusión útil de Heinz Hartmann en H.Stuart Hugues, The Sea Change, N.York, Harper and Row, 1975, cap. 5. Heinz Hartmann, Ego Psychology and the Problem of Adaptation, traduc. de David Rapoport, N.York, International Univ. Press, 1958, p.3.
[26].. Karin Stephen, Psychoanalysis and Medicine, Cambridge, At the University Press, 1933 ,pp. 95-97, 190, 212; y The Misuse of Mind: A Study of Bergson’s Attack on Intellectualism, N.York, Harcourt, Brace, 1922.
[27]. Karl Menninger, Whatever Became of Sin, N.York, Hawthorn Books, 1973; y Man Against Himself, N.York, Harcourt, Brace, 1938, especialmente pp. VII-VIII, 25, 419-420, 460, 469-470.
[28].. Heinz Hartmann, Ernst Kris y Rudolph Loewenstein, «Notes on the Theory of Agression», Psychological Issues, 4, Monograph 14, N.York, International Universities Press, 1964, especialmente pp. 67-69, 72-73.
[29].. René Laforgue, The Relativity of Reality, traduc. de Anne Jouard, N.York, Nervous and Mental Disease Monography, 1940, pp. 61, 70-75, 80; y «‘Active’ Psychoanalytique Technique and the Will to Recovery», International Journal of Psychoanalysis, 10, October 1929, 411-422.
[30].. William Alanson White, «Definition by Tendency», The Psychoanalytic Review, 15, October 1928, 373-383; y Presidential Adress, ibid., April de 1928, p.126.
[31].. Ives Hendrick, Facts and Theories of Psychoanalysis, N.York, Knopf, 1939, pp. 146, 324-329.
[32].. Compárese a Hartmann, Die Grundlagen der Psychoanalyse, Leipzig, Georg Thieme, 1927, pp. 47, 168-169, con Psychoanlysis and Moral Values, N.York, International Univ. Press, 1960, pp. 43-44, y «Psycho-Analysis and the Concept of Health», International Journal of Psychoanalysis, 20, July-October 1939, 308-321, especialmente 313. Acerca de la reacción de Hartmann al punto de vista de un francés que ve al yo como producto de un conflicto, ver sus observaciones a S. Nacht, «Du Moi en Therapeutique», Revue Française de Psychanalyse, 12, Janvier-Mars 1938, 51.
[33].. David Rapaport, «The Theory of Ego Autonomy» (1956), en Merton M. Gill, ed., The Collected Papers of David Rapaport, N.York, Basic Books, 1967, p.723, y Rapaport, «A Historical Survey of Psychoanalytic Ego Psychology», en ibid., pp. 745-757.
[34]. H. Hartmann, Ego Psychology, p. 8, y la bibliografia.
[35].. I.Hendrick, Psychoanalysis, y Stanley Cobb, Emotions and Clinical Medicine, N.York, Norton, 1943, pp. 86-87.
[36].. H.Hartmann, Ego Psychology, p. 23.
[37]. Serge Moscovici, La Psychanalyse: Son Image, Son Public, Paris, P.U.F., 1961, pp. 411-412 [traducc. castellana: Ed. Huemul, Buenos Aires, 1979]. Michel David, La Psicoanalisi nella cultura italiana, Torino, Boringhieri, 1966, pp. 224-242.
[38]. Acerca de los cambios asociados a las extrapolaciones en el psicoanálisis a partir de la crianza infantil, ver Anna Freud, Normality and Pathology in Childhood, N.York, International Univ. Press, 1956, pp. 2-6; un comentario cáustico acerca de los primeros enfoques de A. Freud en Edward Glover, reseña de Anna Freud, Introduction to Psychoanalysis for Teachers, en International Journal of Psychoanalysis, 12, July 1931, 369-370. Alexander Mittscherlisch, The Fatherless Society, traduc. de Eric Mosbacher, N.York, Harcourt, Brace and World, 1969.
[39]. Karl Menninger en el Sun, de Baltimore, 30 March 1930, p. 8. «Women are Love-Starved, Says Wittels, Blaming Men», en Telegram, de New York, 8 March 1930; cortesía de la Profesora Kathy Covert.
[40]. Acerca de la liberalidad mayor de los psicoanalistas en comparación con los psiquiatras, ver Rogow, The Psychiatrists, pp. 118-119, 125, 167. Un cuestionamiento a la normatividad psiquiátrica en Thomas Szasz, The Myth of Mental Illness, edic. revisada, N.York, Harper and Row, 1974, p. 41. Sobre la creciente incorporación del psicoanálisis en un texto psiquiátrico mayor, véanse las ediciones sucesivas de Edward A. Strecker y Franklin G. Ebaugh, Practical Clinical Psychiatry for Students and Practitioners, Philadelphia, Blakiston, de 1925 a 1957. Sobre la normatividad psicoanalítica en una obra psiquiátrica, ver Merril T. Eaton, Jr., y Margaret H. Peterson, Psychiatry: Medical Outline Series, Flushing, New York, Medical Examination Publishing, 1967, pp. 11-48, 256-286

[41].. Gustav Bychowski, «Social Climate and Resistence in Psychoanalysis», International Journal of Psychoanalysis, 50 (parte 4), 1969, 453-459. Kurt Eissler, «The Present and Future of Psychoanalysis», ibid., pp. 461-471. Anna Freud, citada en Donald M. Kaplan, «Since Freud», Harper’s, 237, August 1968, 55-60.
[42].. Acerca de estas tendencias, véase Research in the Service of Mental Health, 1975, citado en la nota 1 por J. Eysenck, «The Effects of Psychotherapy», en Eysenck, ed., Handbook of Abnormal Psychology, N.York, Basic Books, 1961. Probablemente el primer estudio comparativo de resultados terapéuticos en Leland S. Hinsie, Concepts and Problems of Psychotherapy, N.York, Columbia University Press, 1937, pp. 164-169. Para una evaluacion más reciente, ver Seymour Fisher y R. Greenberg, The Scientific Credibility of Freud’s and Therapy, New York, Basic Books, 1977.
 
Fuente:
Journal of the History of the Behavioral Sciences, 1978, 14, 299-315. N.G.Hale, Jr es profesor de Historia en la Universidad de California, Riverside, desde 1970. Es autor de Freud and the Americans, Oxford University Press, 1971
 
Traducción: Hugo Vezzetti

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